AQUARIUS 08-02-1973

«(…) Si existiera un Dios,/ en definitiva, me gustaría/ que fuera como tú,/ aunque entonces… yo, ¿qué haría?»

Fragmento del poema «Si existiera un Dios» de Edel Juárez

Solía acostarme durante horas sobre la bóveda de la azotea y mirar el cielo, todo lo que mi vista abarcaba era ese añil crepuscular que se disuelve desde un tono intenso y profundo hasta una madeja transparente de aire, todos los azules en una indefinida progresión revolviéndose con lentitud marina, mezclándose siempre todas las tardes hasta llegar al negro con una cadencia casi orquestral, y las estrellas como si fueran acordes, glisandos, trinos, escalas mayores y menores, notas blancas y negras que se persiguen, se tocan, se muerden con suavidad sobre un pentagrama invisible. Imaginaba que mi cuerpo podía por momentos desprenderse de su peso y gravedad, por obra y virtud de esa luz que asombra mi retina, para llegar al inicio de un viaje de miles de años luz, cuando ni hombres había para mirarla. Me gustaba creer que era arrastrado por el viento cósmico hasta el brazo más lejano de la Vía Láctea, extendía las manos para tocar a Andrómeda, Lyra, Aquila y Cygnus, a la lejanas Altair y Vega… Entonces (no sé a quién o por qué) me daba por preguntar acerca de asuntos desconocidos, del estremecimiento que produce belleza, de mi inevitable finitud, de la historia distante en que comenzó el tiempo y el momento terrible en que acabará; pero sobre todo preguntaba por tí. Y es que siempre tuve la certeza de conocerte, no en medida, materia o aspecto, sino en acto y consecuencia, no era asunto de poner palabras a la nada como mensajes en botellas, porque no eran palabras, ni signos. Era un convencimiento introspectivo, casi genético de que podría distinguirte algún día en cualquier lugar, y que eso iba a ser suficiente para mí, porque no hubiera encontrado la manera de explicarte que te presentía, y te llamaba, que hasta traté de adivinar tu nombre, que a veces caí en la desesperanza. El 8 de febrero de 1973, Aquarius estaba en el ecuador boreal y tú llegaste al mundo, algunos años después te encontré en una noche de invierno, sabía que eras tú. Desde entonces sigo mirando el cielo, el cosmos continúa maravillándome, como el primer día en que me tumbé sobre la bóveda de la azotea, pero ahora no tengo preguntas, ya sé como te llamas y cual es el matiz de tus ojos, la medida de tu cintura, el largo de tu pelo, el color de tus sueños. Eso le da sentido a todo lo demás, incluido, por supuesto, el resto de mis días.

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